Hubo una voz que “renegaba de todos los hechos sociales, y que al negarlos afirmaba que todo era posible”, una voz que estaba “disponible para todo aquel que tuviese el valor de utilizarla”. Hubo un tiempo en que disponíamos de esa voz para cambiar el mundo.
Lo afirma Greil Marcus en el libro Rastros de carmín, un ensayo de historia cultural que parte de la premisa de que existe un “hilo secreto” que hermana a las vanguardias iconoclastas europeas del siglo XX: dadaísmo, letrismo, situacionismo y, como aullido final, el punk, la última de las voces que proclamaron el mundo como fraude y el todo está permitido como praxis.
Otro “Rayados de luz”, la sección que escribo cada semana en El Fotográfico