El 2,5 por ciento de la población padece prosopagnosia, una dolencia que los anglofónos definen mejor: face-blindness, algo así como rostro-ceguera.
La definición médica es: «la interrupción selectiva de la percepción de rostros, tanto del propio como del de los demás, los que pueden ser vistos pero no reconocidos como los que son propios de determinada persona».
Quien padece este desorden neurológico puede recordar, de la misma manera que cualquier otra persona, quiénes son sus amigos, familiares y personas con las que se relaciona, incluso el cabello y los tonos de la piel, los aromas, la voz…
Reconocen el contexto de la persona. Sin embargo no pueden ver o comprender el rostro de las personas, ni reconocer gestos o emociones.
En su último libro, The Mind’s Eye, el neurólogo y escritor Oliver Sacks, él mismo enfermo de prosopagnosia, presenta media docena de casos reales de trastornos de la visión: un escritor que pierde la capacidad de leer, un pianista que no entiende el lenguaje musical…
Tras padecer un cáncer, Sacks perdió la visión en estéreo. En una reciente entrevista explica la sensación:
«El mundo se parece más a un paisaje, una fotografía o una pantalla de cine. Dejé de ver los objetos en tres dimensiones para verlos como formas yuxtapuestas de diferentes tamaños y colores. Tienes que recomponer esas formas si quieres hacerte una idea, siempre aproximada, de cómo sería ver en tres dimensiones».
La mirada divergente (Rembrandt, dicen científicos de Harvard, la padecía, tenía visión binocular), ¿puede ser social o anímica?.
Acaso cometo una estupidez con la pregunta y de seguro cualquier enfermo de prosopagnosia me considerará un insensible por planterla, pero tengo a menudo la impresión de que solamente vemos no ya lo que deseamos ver, sino cómo deseamos verlo.
El dictado de la correción política, por ejemplo, nos dice que en cada gay hemos de ver a un igual y nadie alza la voz contra las maneras mafiosas del colectivo homosexual en la gentrificación del barrio de Chueca. Les vemos como simpáticos y ocurrentes, jamás como especuladores o malas personas.
Las tendenciosas maneras de cierta izquierda española provocan desórdenes semejantes: cada cura es un pederasta en potencia, cada yanqui un imperialista y cada israelí un sionista, Cuba no es una dictadura y Hugo Chávez jamás se alzó en armas contra la democracia…
¿Y la prosopagnosia cultural? ¿Por qué tanta voz clamando en pro de José Saramago, que jamás escribió bien, y tanta pedrada contra Mario Vargas Llosa, autor de, al menos, tres obras maestras? ¿Por qué tanta insistencia en vender a Tom Waits como el cúlmen del baladismo y tanto menosprecio por Frank Sinatra?
¿Y la prosopagnosia del alma? O sea: sentirnos en un lugar ajeno, incomprensible, amargo…
En suma, ¿por qué vemos cómo vemos?
Por cierto, si usted, como yo, padece de hipocondria, hay una prueba en línea para comprobar si tiene también prosopagnosia. La ocular, no la socio-cultural. Para esta última no existe prueba conocida.
como poco, curioso artículo. me quedo reflexionando.
saludos
Es difícil que mi alma sufra de este síntoma atacada como está por otro de mayor consecuencia: la ceguera total o la muerte del ahorcado: cuando de tanta asfixia uno pierde los ojos por la fuga de las cuencas y se mantiene aún con todo ictifálico, como si la viagra fuera la única oblación posible.