Poesía

30/05/2013
© Alfred Wertheimer

© Alfred Wertheimer

Escuchar a Elvis como sorprendiendo un acto prohibido, escupiendo sobre la tumba de tu madre, rayando el cristal de la foto de bodas con uñas de heladero despechado.

Escuchar a Elvis (cuando todavía hablaba en plural):

Somos hoscos, somos melancólicos, somos una amenaza.

Escuchar a Elvis en las sesiones secretas de los años setenta, penetrando en el cañón de la pistola, extendiendo el cieno mientras esperas las fauces del caimán.

Escuchar a Elvis:

Ojalá fuese una manzana colgando del árbol.

Escuchar a Elvis entregándose a la cartografía de los tigres y las camisas de labrador, abriendo el grifo de agua caliente para escaldarse.

Escuchar a Elvis:

Necesito que me cuides cuando hace calor.

Escuchar a Elvis en la luz sombría de una feria de ganado en Jacksonville, una silueta de ave rapaz sobre el tablado mojado de agua fangosa y orín.

Escuchar a Elvis:

Ven a casa, Cindy, Cindy, ven a casa conmigo.

Escuchar a Elvis dejándose embrujar con la camisa color lavanda, la levita de brillos viejos, la hebilla del cinturón haciendo percusión con la caja de la guitarra.

Escuchar a Elvis:

Ojalá fuese un pájaro azul sobre tu hombro.

Elvis no escribía poesía, pero las letras que redactaban sus bien pagados mercenarios se transformaban en polvo lunar cuando Elvis las cantaba.

© Alfred Wertheimer

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