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Hoy estoy un poco más solo. Bye, bye, Ellie, chica en slacks, En Excelsis, cartógrafa de todos mis mapas.
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(post-edit)
¿Tienen sentido los tiempos verbales?. Trato sin éxito de entender a San Agustín:
Hay tres tiempos: un tiempo del presente, un tiempo del pasado y un tiempo del futuro
Me confunde esa constante necesidad de cómplices. Tiempo para perdurar y amistades para pactar opiniones. Nunca tengo medida para esas ceremonias ¿Por qué esa enfermiza necesidad de pervivir y comunicar?.
Soy una caja caliente repleta de píldoras sedantes en el bolsillo de la chaqueta. Sé, eso sí, que el mundo es un canto de ondas líquidas, conozco el carácter acústico de la creación, siento la resonancia de las esferas y siempre hay una canción dentro de mí. Eso me salva.
He creído sucumbir mil veces, físicamente entregado a la disolución y mentalmente a los siquiatras o las dependencias emocionales, pero siempre ha llegado una canción para redimirme en el momento fatal.
Tres de cada cuatro –Baby I Love You, Then He Kissed Me, Da Do Ron Ron, River Deep Mountain High…- eran de Ellie Greenwich.
A veces una canción es más terapéutica que cualquier pastilla y cualquier sesión psicológica. Debe ser porque conecta con toda nuestra parte «irracional » de forma inmediata. Citando a Henry Miller, «la música es el abrelatas del alama. Te vuelve muy callado por dentro, te hace darte cuenta de que hay un techo para tu ser».
Del alma, quise decir, No del alama.
Rilke decía que la música es el «silencio de las estatuas» y Robert Fripp, siguiendo el mismo hilo argumental, que es «el vino que llena las copas del silencio»… De la música de Elli Greenwich (y su marido Jeff Barry, al que injustamente no cito en el post) dificilmente se puede decir que fuera ‘silenciosa’, pero sus canciones, al terminar, creaban un insondable vacío… Siempre, desde las primeras escuchas, me llevaban a preguntarme cómo era posible tanta belleza. Y esa pregunta, de manera obligada, ha de plantearse en silencio. La respuesta, también.