Más allá de todo límite. No alcanzó a imaginar mejor hogar para las fotografías: un espacio hasta tal punto apartado que ni siquiera la imaginación humana pueda predecirlo.
Edoardo Pasero ( Alessandria-Italia, 1978) empezó a tomarse en serio las fotos tras licenciarse en Filosofía. Quizá a consecuencia de la frialdad de los tomos académicos, acaso porque no encontró en ellos más que desapego, entendió que la mejor forma de practicar el humanismo y elevarse sobre la vulgaridad del mundo era entrando con la cámara en las cicatrices y roturas de los otros para reconocer las suyas.
Conozco la obra de Pasero desde hace años. Le seguí en Flickr, cuando tanteaba en busca de un código propio. Hace unos días, por casualidad, en una deriva por los laberintos de la Red, encontré su nueva web y los trabajos que firma para el colectivo Prospekt. Sigo sin aliento.
En una de sus escuetas declaraciones de principios, afirma que su fotografía es una «caja de deshechos». En la potentísima y dolorosa serie Iperborea —inspirada en los axiomas de acero de Friedrich Nietzsche en El Anticristo: «Nos volvimos sombríos, nos llamaron fatalistas. Nuestro fatum era la plenitud, la tensión, la hipertrofia de las fuerzas. Teníamos sed de rayos y de hechos; estábamos muy lejos de la felicidad de los débiles, de la abnegación»—, se busca en los demás con el sentido de inmolación de un enfermo terminal al que han prometido un improbable milagro ante el cual, pese al progreso del cáncer y la conciencia del inevitable desastre, debe confiar o tal vez simular la confianza.
Con fosforescencia siniestra —¿hay acaso otra forma de luz distinta a la negra que valga la pena morar?—, Pasero se acerca a sus temas sabiendo que la apuesta le implica y que su propia esencia está en juego sobre la mesa de apuestas existencia de la ruleta.
En Doll Flesh retrata a Vittoria, una transexual de 48 años que trabaja como prostituta de carretera en las afueras de Milán, en espera de una intervención médica que limpie su cuerpo de los nódulos y granulomas causados por la enorme cantidad de silicona que se aplicó.
Oktagon y MiSex documentan dos eventos de carácter extremo y soplido de huracán. El primero es el mayor espectáculo de lucha que se celebra en Italia, con combates de todo género (muay thai, karate, taekwondo, kickboxing, full contact…). El otro no es menos feroz: una macroferia de la industria del sexo y la pornografía.
De modo congruente, Pasero ha recorrido un camino que concluye en Persona, un fotoensayo todavía en marcha que relata la arrogante presencia de pacientes médicos y postquirúrgicos.
Son retratos tabicados por encuadres muy cercanos, con las cicatrices —y no sólo las externas— palpables, realizados, siguiendo a Nietzsche, desde el convencimiento de que «uno pierde fuerza cuando compadece».
Tengan presente a Edoardo Pasero. Retrata a seres humanos con los que conviene medirse: gigantes inmortales.