Económicos

07/09/2009

Fui el cantante de una banda de rock: mi contrasilencio, mi blanco vivo, mi duelo estúpido.

Leía entonces téxtos védicos:

una vivienda sin aves es una carne sin sazonar

La guitarra la tocaba P.: unca conocí a nadie tan parecido a Elvis.

Ahora trabaja como vigilante en una empresa privada de seguridad. Había nacido en Ponteceso, era un rústico, bebía, peleaba, le sentaba bien la ropa y estaba casado con M., una muchacha de cuero rojo que ahora es profesora de inglés.

Se han separado.

De alguna forma todos nos hemos separado: la gravedad de lo opaco, supongo.

Teníamos una banda de rock, un abismo. No éramos impíos. Al contrario: nos empujaba un algo euclidiano nacido del “más profundo infierno”, como diría K.

Éramos gente de una sola idea, económicos y desobedientes.

Comíamos de todo y ensayábamos en un local alquilado en las calles altas de un barrio peligroso de marineros cruzados. No muy lejos, la Torre de Hércules se dejaba seducir. No muy lejos, la cárcel vieja donde murieron muchos por el barro y el lodo de la opinión.

A mí me tocaba escribir las letras, pero recuerdo apenas tres versos:

un demonio en la ventana

me caigo a la derecha, me caigo a la izquierda

remo contra tu vida

Los dos últimos son robos. Los escribió, con mejor ritmo, Henry Michaux y, hace poco, se los oí cantar a Diamanda Galás, la Serpiente.

En el repertorio teníamos dos o tres versiones: Hendrix, Presley, material básico. Acaso era una forma de pedir perdón a los dioses por manejar la llama viva.

Mi hostilidad acabada, mi defectuosa sombra, mi cosmos sin terminar.

Tocamos tres veces en público: las dos primeras en el jardín de un bar rural, donde el patrón cultivaba bonsáis frente al Bosque Animado de Fernández Flórez.

Decía:

¿Quién necesita asfalto ante un cuenco de arroz?

La tercera actuación, en un pabellón deportivo, fue menos vaporosa, sin yemas, sin apetito de liras.

Dejé el grupo por un traslado, cuando me vi obligado a cambiar de ciudad. Eso dice la versión oficial Lo cierto es que no me veía allí, colonizador, expuesto.

Ellos siguieron un tiempo, grabaron dos discos, mantuvieron algunas de mis letras y todavía no saben quién fue Henry Michaux.

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