Quizá aumentasen las probabilidades de cambio si alguien se dedicara a introducir Vida de zarigüeyas en la mochila los adolescentes. El título del libro, publicado por primera vez en español por la editorial Alpha Decay [224 páginas, 21 euros], no es tan contundente como el subtitulo: Cómo vivir bien sin empleo y (casi) sin dinero. Lo escribió una muchacha de 17 años en 1978, hace más de tres décadas, pero cuando lo abres las páginas siguen oliendo a dinamita.
La autora firma con el seudónimo Dolly Freed. Aunque permite las fotos, no quiere revelar su verdadera identidad («llevo una vida simple y no necesito fama»). Vive en un pueblo de 8.000 habitantes de las afueras de Houston-Texas (EE UU) y habla por Skype, artilugio técnico que usa por primera vez en su vida tras la intervención de David, uno de sus dos hijos, que le ayuda a configurar la cuenta.
¿Nadie de sus amigos sabe qué usted escribió Vida de zarigüeyas?
Algunos sí, algunos no. A muchos de ellos se lo he dicho porque estaban interesados en la jardinería y empezaron a criar gallinas como yo, aunque está tajantemente prohibido por la leyes de la ciudad. Ademas, soy del Club de Mujeres y en una ocasión hablé del libro. ¡Pensaron que era sobre cría de zarigüeyas!
Es difícil imaginarla en el Club de Mujeres.
Yo tampoco lo hubiera imaginado cuando era joven. Nos reunimos de vez en cuando y debo decir que no está mal, somos como las antropólogas de la comunidad, no hacemos presentaciones de maquillaje ni nada por el estilo. He sido presidenta y ahora, aunque no lo parezca por mi dominio de Skype, soy la encargada de las comunicaciones electrónicas.
La sonrisa casi en loop y la fosforescencia azul pálido de las pupilas son las mismas de las fotos de sus cinco años de vida salvaje, cuando en compañía de su padre inició el “possum”, como ella dice, convirtiendo en verbo (zarigüeyear) una opción radical de «vida diogenista» en una casa con terrenito en las afueras de Filadelfia. ¿Lema? «Es más fácil aprender a arreglárselas sin algunas de las cosas que se pueden comprar con dinero que ganar dinero para comprarlas». La elección totémica no es arbitraria. La zarigüeya, un marsupial que puebla casi todo el continente americano, es una superviviente nata: vive en cualquier lugar.
La muchacha-zarigüeya rompió casi todas las cadenas: dejó de ir al instituto, aprendió a cultivar una huerta, crió conejos y gallinas para alimentarse tras darles una muerte «rápida e indolora» («una pistola del calibre 22 cuesta sólo dos dólares»), cazó tortugas, destiló vodka, preparó ahumados y salazones, recogió en invierno crisálidas de mantis religiosa para que los insectos fueran aliados en el combate contra las plagas…
Lo contó todo, con humor y una gracia literaria con ecos de Mark Twain, en un libro que se convirtió en una obra de culto para la subversión contra el sistema de la dominación material: «¿Cosas verdaderamente necesarias para ser feliz? Agua, comida, un techo, salud, seguridad y libertad: eso es todo. Lo demás es una cuestión mental. Lo material por lo material no va a proporcionarte la felicidad».
¿Qué es lo primero que le viene a la mente cuando recuerda sus años de zarigüeya?
Era la reina del mundo. Tenía mucho tiempo libre, aprendía cosas nuevas e interesantes, tenía control sobre mi vida, me divertía…
Adivino cierta tristeza en su respuesta.
Echo de menos no ser tan optimista. Puede ser que mi añoranza suene a tristeza, pero me siento feliz y satisfecha de haber tenido aquella oportunidad de leer, explorar, pensar, escribir, cultivar mis alimentos… Fue como un fantástico regalo.
¿Por qué es menos optimista?
Soy mayor, simplemente, he perdido a personas cercanas, he visto enfermedades inesperadas y accidentes… El principio de la frugalidad y de que no son necesarias demasiadas cosas materiales sigue siendo válido. Creo en esa base y en que cualquiera puede aplicarla. Los precios han cambiado, pero los principios siguen siendo los mismos.
El presupuesto anual possum de Dolly y su padre era de 700 dólares, unos 550 euros. Aplicando la inflación acumulada desde 1978, la cantidad seguiría siendo milagrosa hoy: menos de 2.000 euros al año (165 al mes). Pagaban energía eléctrica y butano y compraban algo de comida y ropa de segunda mano. Vendían hierbas, vegetales y algún conejo. De vez en cuando se ofrecían para hacer trabajos de jardinería. No gastaron un chavo en seguros, vacaciones («cada día era una vacación»), regalos, ocio, abogados e impuestos. Tampoco en medicinas: la vida sana les ofreció una salud de hierro.
Tras aquellos cinco años de existencia parca y emocionante, se licenció en ingeniería y entró a trabajar en la plantilla de la NASA. Las ataduras eran muchas y se reconvirtió por última vez: ahora se dedica a la educación medioambiental y escribe un libro de cocina para el que ya tiene mil recetas.
Su libro aparece en España en un momento especialmente cruel para los jóvenes. ¿Quiere darles algún consejo?
El camino que proponen a los jóvenes es casi siempre: pagas la carrera, te gradúas, te casas, tienes un trabajo, consigues una buena vivienda, haces todo el dinero posible, te jubilas y te mueres. Pero no hay un solo camino. No conozco los detalles de la situación en España pero lo que voy a decir vale para cualquier joven de cualquier país: tómate tu tiempo para decidir lo que quieres hacer. No es necesario que lo decidas de inmediato a los 18 años. Lo único que necesitas es un sitio para dormir y el alimento básico, deja de lado el consumismo.
¿Sigue pensando que todos los políticos son unos sinvergüenzas?
Vivo desde hace trece años en una ciudad muy pequeña y el alcalde y los concejales son voluntarios, no cobran por su trabajo, los conozco y aprecio, así que no puedo seguir pensando que todos son unos sinvergüenzas, pero creo que a medida que manejan más dinero dejan de conocer a la que gente a la que representan y son más dados a la corrupción y menos a los ideales.
¿Por quién, si es que votó, optó en las elecciones de noviembre en los EE UU?
Voté al Partido Verde, pero ni siquiera estoy segura de que fuese la opción correcta. Me gustaría tener una opción de aire fresco en la política. Debo decir que Obama ha gobernado como lo hacía Bush, incluso peor…
Elija tres bienes materiales de los que no podría desprenderse.
Mi cocina, mi cama y mi patio, donde viven cien especies de aves diferentes. Parece una película de Disney y tengo que pelear con los mapaches cada noche.
Ahora tres cosas que odia.
La televisión, los automóviles caros y el maquillaje.
“No es pecado matar a un animal feroz”
¿Una activista de fin de semana? Ni por asomo. Recomendación de la adolescente Dolly Zarigüeya Freed si se presentan problemas legales con algún vecino: ve a visitarlo de noche, tira algún ladrillo contra las ventanas y corta la línea del teléfono. “Tal vez tiene un perro, así que igual deberías llevar contigo algo de hígado o carne para ganártelo. Si el perro es agresivo sin remedio, vuelve en otro momento y envenénalo. No es pecado matar a un animal feroz”. Brava como una amazona, con la gracia tozuda de los teenagers, la crónica de los cinco años de possum living de esta muchacha americana en los setenta enlaza con el desencanto primordial de los rebeldes de hoy. “Es fácil. Puede hacerse. Debe hacerse. Hazlo”, escribe Freed en este vademeco sobre cómo desconectar de la maquinaria material que nos consume. Despojado de idealismo, repleto de recetas de cocina y consejos pronunciados con naturalidad terrenal, es una obra cuya edición en español ha tardado demasiado pero que llega en el momento en que resulta más necesaria.
[Escrito para El Mensual de 20 minutos] [PDF]