Cumplí 20 años en 1975. Considero que la circunstancia es uno de los dones más dulces que me adjudicó la lotería del destino.
Además de la muerte del dictador sanguinario y zopenco Francisco Franco, que celebré bebiendo champán colectivo en un vaso de plástico en una calle de Madrid, 1975 fue el año de cuatro discos que aún escucho con la misma carga de sorpresa de la primera vez, como entrando en un club, como suspirando por un beso, como renunciando a las palabras.
Creo que hicieron más por mí los cuatro discos de 1975 que la muerte merecida pero demasiado cómoda, demasiado indolora, del autócrata fascista.
En discordancia con mi esquiva capacidad para la memoria, recuerdo cómo los escuché por primera vez, dónde compré mis copias, qué cicatrices fueron labrando en el curso de los días… Son, como algunos pecados, renuncias y disparates vitales, parte de mi itinerario. No puedes sacudirte de ciertas dentelladas, no puedes licuar algunas manchas.
Es imposible imaginar ahora que en un mismo año aparezcan cuatro discos como éstos. Quizá la entraña cabalística de 1975 contenía una puerta hacia la gnosis, quizá, simplemente, ya no quede música en el mundo.
Vistas en mosaico, las carpetas revelan poco. Sólo hay paralelismo entre Horses y Born to Run: fotos en blanco y negro sobre fondo blanco, tipografía de palo seco. El otro par, los de Dylan —autor del 50% del milagro de 1975, dueño de la mitad de la música que me construye—, juega con la fiesta, el secreto y el crepúsculo.
The Basement Tapes, lo sé, fue grabado en 1967, pero lo editaron ocho años después. En una y otra fecha es un milagro.
Horses y Born to Run: el primero predice la muerte del rock, el segundo predice que todo fallecimiento es un parto.
Blood on the tracks, el disco que Dylan compuso como forma de defensa en un proceso civil por divorcio.
Discos-medicina para que las ranas callen y los tranvías alumbren polkas en los raíles, discos para que los ojos esféricos de los caballos sean el mapa del mundo, discos en los que Cristo firma un cheque sin fondos para un nicho de cielo.
Discos de 1975. Yo estaba allí y sigo estando.
El Horses y el Blood on the tracks, son dos LP’s con los que me he criado (entre muchos otros) y más allá de que su música siempre me ha cautivado, esas portadas están «regrabadas» en mi retina. Aunque sea del 67, es la ventaja de tener hermanos mayores que me llevaron por el buen camino ;)
La foto de «Horses» es la mejor que hizo Robert Mapplethorpe y justifica su carrera —nunca se acercó tanto a un modelo como a Patti Smith—. El disco también justifica a Smith, que jamás volvió a grabar nada ni por asomo semenjante.
Gracias, Javier.