Al enfrentarse a las fotos de Álvaro Soto (que firma como Deyone, un alias que «se eligió por sí mismo y sin motivo» cuando su autor tenía 13 años), uno entiende que la vida no sabe de la grosería de los cumpleaños. «Soluble, caótico y crudo», se define. Es decir, en la línea de sombra donde, desde siempre y hasta siempre, «ver poco significa inventar mucho, mostrar nada es insinuarlo todo», explica para, de inmediato, disculparse: «Sí, ya sé, la frase que acabo de decir es muyempalagosa, pero….». Los puntos suspensivos no merecen ser completados. Con Deyone es mejor que deje usted la mente en la maleta y flote con sus «divinos don nadie». Quizá le convenga un solo conocimiento previo: saber que el fotógrafo intenta curarse, «amaestrar el desequilibrio».
NACIÓ en 1976 en Cantabria. VIVE en Barcelona, ciudad cuyo «erotismo» recomienda buscar «en el lado opuesto al que describen las guías de turismo». TRABAJA como director de arte publicitario («hago anuncios para la tele»). EMPEZÓ A HACER FOTOS con una Kodak 150 a los 11 años («en casa era normal ver a los mayores con una cámara al cuello») y a los 20 tuvo su primera réflex, una Praktica. «Luego llegaron los estudios de diseño y el flechazo con el dark room. Muchos años después, el enganche digital». ¿EQUIPO CON EL QUE TRABAJA?: «La insistencia seguida de la despreocupación y, por lo general, una Canon 450». A ÁLVARO SOTO, DEYONE, le gustan muchos fotógrafos (Sally Mann, Willy Ronis, Eugene Atget, Robert Frank), «pero más o menos todos ellos han sido eclipsados por su propia obra».
Define la fotografía.
Lo intentaré. Tópico: una forma no ya de atrapar el tiempo que está a punto de esfumarse, sino de inventar uno nuevo a medida. ¡Nah! Horrible, no tengo ni idea de lo que es, sólo sé que está… Pienso que es una comunicación con uno mismo a través de lo otro.
¿Le tienes respeto?
La imagen que me interesa es esa mala fotografía que se dispara entre dos que suponemos buenas de antemano. Trato de disparar evitando lo evidente y disfrutar capturando aquello que se suele escapar… Esto no significa no conocer la técnica, que nos permite ser más objetivos, sino saber perderle el respeto como se merece.
¿Te importa la ruina económica consustancial a la fotografía artística o de autor?
No lo he intentado y no me preocupa demasiado. Eventualmente he sido lavaplatos, barrendero, auxiliar administrativo, operario de fábrica, diseñador gráfico, director de arte, peón de albañil (estos tres últimos trabajos, por cierto, se parecen mucho)… Ganar o no ganar dinero con lo que te gusta es secundario. Del mismo modo que el dinero, la pobreza y la falta de medios también pueden inspirar. Siempre dependemos más de nuestra fortaleza interior que de nuestro bolsillo.
En tus fotos presiento un gusto por lo absurdo, lo surreal…
Soy de aquellos para los que Breton construyó acuarios con cristales opacos. Sin duda, la «única y última verdad» tiene una reputación muy dudosa. Lo del encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, lejos de convencerme, me produjo un adictivo cosquilleo enel estómago y, a partir de ahí, empecé a entrever ciertas cosas.
Y hay también una mirada muy española, buñuelesca…
Tal vez. La mezcla entre yo tipo-de-barrio-pobre y una educación amarcordiana hacen que el trío de vejetes criticones o las madres rodeadas de bolsas de la compra me parezca algo tan real como bello, naturaleza viva, bodegón social. El paraíso tiene la forma de un bar donde los divinos don nadie juegan la partida que siempre pierden y una señorita oronda y teñida recarga la máquina de discos… A veces me da por los objetos, los pies e incluso algún paisaje.
¿Cómo te mueves en la calle? ¿Esperas o vagabundeas? ¿Cómo te enfrentas a tus sujetos?
Vagabundeo y robo. Es mucho más excitante, con todo el respeto, vigilar desde lejos y quedarse con algo sin pedir permiso. Soy tímido y cobarde, no sé enfrentarme a la gente y así me he enganchado al juego del cazador. Esa misma timidez y cobardía hacen que me horrorice imaginarme del otro lado, el del cazado, y ese horror me ata más fuerte a seguir cazando. Es como enamorarte de uno de tus miedos: peligroso, incongruente y sin sentido.
¿Analógico o digital?
La talla del sombrero depende del tamaño de la cabeza. La mía se expande y contrae constantemente (por desgracia, más lo segundo). Después de muchos años con 35 milímetros, ahora casi sólo practico digital. Mezclarlos me encanta. Uso sobre todo los ojos y el Photoshop.
[Esta pieza fue publicada en julio de 20o9 por la revista Calle 20. Consulta la versión completa en PDF]