La Ciudad del Motor se desvanece.
Detroit es la gran distopia. Pero en directo.
La ciudad se fractura: su territorio ha menguado a la mitad; una llamada de emergencia tarda en ser atendida, por término medio, 20 minutos; la violencia es rampante: según el FBI, 19,7 crímenes por cada mil habitantes (Nueva York: 5,52 y la peligrosísima Baltimore de The Wire, 15,13); sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los Estados Unidos; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…
Con un poco menos de un millón de habitantes (el 82 por ciento, de raza negra), la otrora capital de la trillonaria industria automovilística yanqui (y del soul dulce de Motown) se está muriendo. Un reportaje del fotógrafo Bruce Gilden, de la Agencia Magnum, retrata el desmoronamiento con ojo neorrealista.
Abundan los análisis sobre las causas de la decadencia (nada nuevo: el endeudamiento, la crisis de las corporaciones de las válvulas y la gasolina, la corrupción política…) y se airean planes para salvar a Detroit reconvirtiéndola, dicen, como algunas ciudades europeas dedicadas al monocultivo industrial (se citan Bilbao y Turín).
La realidad no entiende de planes. En mayo del año pasado, unidades especiales de la policía mataron a una niña de 7 años mientras dormía. Estaban siendo grabados por un reality televisivo, uno de sus compañeros había sido tiroteado una semana antes, la chiquilla vivía en un barrio peligroso…
Detroit, la ciudad donde fueron héroes Marvin Gaye e Iggy Pop, se pudre.
Lo más turbador es la institucionalización de un tipo de turismo depredador y pornográfico: el de los cazadores de fotos (autotildados como exploradores urbanos), que retratan abandonos presentándolos como decorados de sublime decadencia.
Un diario tan serio como The Guardian publicó hace un mes un reportaje que reducía la miseria de Detroit a belleza sin contexto. Los niñatos de Vice encumbran las excursiones fotográficas a Detroit como una nueva tendencia cool.
En un radical y certero artículo en The New Republic, la escritora Noreen Malone clama: «¡Basta de baboseo con las ciudades abandonadas!».
A esta clase de hienas les importan los abandonos, no los abandonados.
Pero es que existe la belleza de las ruinas y los bodegones que retratan el cadáver caído junto a la perdiz y el melocotón en descomposición, y los románticos, y los simbolistas corrieron torrentes de tinta al respecto y sin esta atracción por la belleza enfermiza no habría existido Baudelaire ni Rimbaud. El problema creo es el otro cadáver, otro abandonado, el periodismo de raíz trémula. Está enterrado, como en un buena novela negra, en los jardines de esos restos rotos. Pero la culpa no la tienen los fascinados por la destrucción.
No sé si a los llamados exploradores urbanos de hoy se les puede otorgar la condición de «fascinados por la destrucción». Creo que son algo menos ideológicos y algo más arribistas: nunca retratan la ‘destrucción’ en los rincones mediáticamente oscuros de, digamos, África subsahariana: sería demasiado peligroso. Con mi opinión pretendía confrontar los modales de los exploradores urbanos esteticistas (y para nada periodistas, ni trémulos ni erectos) con los de gente como el reportero Gilden, que con sus maneras clásicas -ésas sí son románticas-, retrata la destrucción, pero también a los destruidos y las razones que sustentan la destrucción.
[…] pasados los años se eleva a la altura de Phil Spector o Brian Wilson. Había nacido y vivido en Detroit, la ciudad que languidece y se derrumba ante los ojos lacios del […]
[…] Importan los abandonos, no los abandonados […]
[…] pasados los años se eleva a la altura de Phil Spector o Brian Wilson. Había nacido y vivido en Detroit, la ciudad que languidece y se derrumba ante los ojos lacios del […]