Es uno de los grandes dramas sociales de los EE UU. Detroit, que en los años cincuenta era la cuarta ciudad más poblada del país y la cuna del imperio industrial del automóvil, se está fracturando.
El territorio urbano ha menguado a la mitad desde 1970; la población, que entonces rozaba los dos miillones de habitantes, supera escasamente ahora los 700.000 (la tercera parte de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza); sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…
Las cifras son oficiales. También éstas otras: una llamada de emergencia al 911 tarda en ser atendida un mínimo de 20 minutos; la violencia es rampante: según el FBI, 19,7 crímenes por cada mil habitantes (Nueva York: 5,52 y la peligrosísima Baltimore de la serie The Wire, 15,13). Detroit es la tercera gran ciudad más violenta de los EE UU, sólo superada en términos porcentuales por Nueva Orleans y San Luis.
La otrora capital de la trillonaria industria automotriz -de ahí el nombre alternativo, Motor City (Ciudad del Motor)-, que albergó las mega factorías de las Big Three (las tres grandes, General Motors, Ford y Chrysler), se está muriendo en directo.
Los reporteros gráficos franceses Yves Marchand y Romain Meffre han documentado el declive con una serie de fotos que se abstienen de entrar en la parte social de la situación. Se limitan a mostrar la decadencia, ruina pura y dura, de estaciones de tren, teatros, escuelas, bibliotecas, hospitales, edificios de viviendas y comerciales…
Aunque el reportaje, que ahora está expuesto en la Galería Wanted de París, lleva un título que no deja espacio para la duda, The Ruins of Detroit (Las ruinas de Detroit), la contemplación de las fotos pone al espectador en una situación paradójica: la belleza estética de la decadencia, que en fotografía tiene un tirón creciente -ahí está la tendencia de los exploradores urbanos, dedicados a fotografiar lugares abandonados-, enfrentada a la desoladora constatación de una tragedia humana, económica y cultural y al fracaso, una vez más, de las clases política y financiera cuando de resolver problemas de magnitud se trata.
Marchand y Romain, que empezaron a trabajar en el proyecto en 2005 y no lo dieron por concluido hasta cinco años más tarde, dicen que «la lógica que creó a la ciudad es la misma que la destruyó. Hoy en día las ruinas de la ciudad no son detalles aislados del paisaje urbano. Se han convertido en un componente natural del paisaje».
Los reporteros, nacidos en la década de los ochenta en los suburbios de París, establecen una analogía histórica: «Detroit cuenta con edificios arquetípicos de una ciudad estadounidense, pero en estado de momificación. Sus espléndidos monumentos en decadencia son, tanto como las Pirámides de Egipto, el Coliseo de Roma o la Acrópolis de Atenas, los remanentes de la caída de un gran imperio».
Con un el 82 por ciento de población de raza negra, Detroit ha sufrido el fenómenos demográfico que en Estados Unidos llaman white flight (literalmente, el vuelo de los blancos): los cambios masivos de domicilio de los vecinos de raza blanca que abandonan un barrio por la presencia masiva de habitantes de otro grupo racial.
Los barrios que se han quedado vacíos son escenarios de pillaje y vandalismo. En 2009 el 28 por cien de los solares de viviendas de la ciudad estaban ocupados por inmuebles abandonados. El año pasado el Ayuntamiento empezó a utilizar fondos federales para masivas campañas de demolición, que afectarán a unos 10.000 inmuebles (la tercera parte ya ha sido derribada).
Desde la alcaldía, ocupada por el demócrata y ex jugador de la NBA Dave Bing, pretenden recolocar a la población. Han presionado con medidas drásticas a los habitantes de los barrios en decadencia: retirar la vigilancia policial y la recogida de basuras.
Un reportaje del fotógrafo Bruce Gilden, de la Agencia Magnum, retrata el desmoronamiento con ojo neorrealista.
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