Un monigote pinhole alimentado por la química. Hace décadas que mi retrato no varía. Con ligeros intervalos para los milagrosos premios de la lotería de la paz, me sostengo con pastillas de esas que para entenderos llaman «psiquiátricas»: balas trazadoras que hacen blanco en determinados objetivos de mi sistema nervioso y logran que segregue una u otra substancia. De la efectividad bélica de las pastillas depende mi bienestar.
¿Cómo soporto los momentos dilatados y de navegación aturdida causados por la baja efectividad de los medicamentos? No hay secreto, no soy diferente a cualquier otro enfermo —de las muelas, de la tiroides, de los huesos, de cualquiera de esos mecanismos de hojalata que nos sostienen en pie—. Convivo con mi dolencia, me apoyo, a veces con demasiada insistencia, en quienes me quieren, me pierdo en los mundos piadosos de los libros y la música y pienso, de modo constante —repito, constante: cada segundo de cada hora de mi vigilia—, en que el mal trago tendrá fin y acaso después le siga un momento de concordia.
Depresión. Somos 350 millones de enfermos en el mundo en este momento, dicen desde la OMS. No soy discrepante. Soy uno de ellos.
—Muchos piensan que te lo inventas, que tienes mucho cuento.
La frase me la dijo, en el ambiente de confianza extralaboral de una vieja amistad, uno de los directores de diario para los que he trabajado, una persona culta, avispada y sensible a la que admiro como ser humano y periodista (aunque no tanto, y él lo ha escuchado de mi boca, como empresario).
Yo acababa de recibir el alta médica tras una baja de más de un año por síndrome ansioso depresivo —según el diagnóstico canónico, un trastorno depresivo mayor recidivante de carácter moderado numerado como F33x (296.3x) por el vademeco clasificatorio de la DSM IV—
Lo sospechaba. Este, aquella, aquel otro…, piensan que soy un caradura, un pícaro, un fraude, que ficciono mi malestar, que lo hago por la sopa boba de la baja médica, que no estoy encamado y suplicante como debiera, que el hielo negro es simulado, un postizo para aprovecharme del tutelaje del Estado.
Antes de irme de aquel diario envié un correo colectivo a toda la plantilla. Lo reproduzco ahora en parte, evitando los nombres propios de quienes saben que ellos sí estuvieron a mi lado:
Compañeros:
“Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”. Lo dijo un tipo tan pasado de moda como yo, Jean-Paul Sartre. Perdón por la petulancia de empezar con un entrecomillado, pero creo que todo lo que pueda decir lo habrá dicho otro y mejor.
De eso se trata, de felicidad, ese derecho fundamental que algunos quieren reducir a entelequia en este tiempo de piedra.
Es mi último día de trabajo en esta empresa. Me voy por voluntad más o menos propia (incluso cuando las decisiones que tomo son libres, dudo de que mi albedrío funcione sin ataduras). Me voy a seguir buscando la felicidad.
La notificación no merece ni un gramo de drama. En suma: casi cinco años en plantilla, dos antes como externo, peor salud de la que deseo a nadie, ni siquiera a quienes estigmatizan y hablan por hablar, y bastantes momentos de esa felicidad-felicidad de la que hablaba Sartre.
(…)
Si se me permite una segunda –y última– petulancia, un recordatorio para todos. Esta vez tomo las palabras de un comunista suicida, Antonio Gramsci: “ejercer el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”.
(…)
Amor y luz.
Con la tragedia del avión de Germanwings y por lo que hasta ahora se sabe —o parece saberse, porque no puedo entender que algunos medios citen como fuente a diarios que son mentideros de morralla verbal como el Bild—, la depresión vuelve a estar en los titulares, algunos perturbadores como fraseología marciana («una patología mental muy oculta»).
El ánimo es el de siempre, estigmatizante, cruel, inhumano…
Cuando cada mañana, mediodía y noche trago mi dosis química —una decisión existencialmente dolorosa, porque cada pastilla me atenúa, me rebaja, no me deja ser del todo yo—, tengo presente, con mayor intensidad en estos días, el «muchos piensan que te lo inventas, que tienes mucho cuento», los experimentos de prueba-error a los que fui sometido por la psiquiatría desalmada, los que tendré que aguantar todavía, el cambio en el tono de la mirada cuando digo, porque no tengo nada que ocultar, que yo también soy un enfermo psiquiátrico…
Afuera asoma la primavera. En el patio hay brotes nacientes y los tórtolos están cada día más calientes en su danza de amor. El mundo entero está gobernado por la química.
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Gran entrada esta y la de veinte minutos, he disfrutado con su lectura. Y admiro tu sinceridad, la franqueza desde las que escribes y que me hace preguntarme si tal vez no estará más enfermo quien quiere parecer lo que no es. Porque nada me inquieta tanto como alguien feliz -ya no digamos eufórico- las 24 hora del día. Por paradójico que resulte, creo que hace falta mucha salud mental para reconocer este mal de la psique, como cualquier otra de las infinitas taras intrínsecas a este armazón biológico del que pende nuestra conciencia. Que fuerte el que muestra sus debilidades particulares, y que débil el que necesita parecer fuerte. Gracias.
Muchas gracias, Carlos. No siempre es fácil, pero me he cansado de llevar careta en esta cuestión: prefiero que se me vea cómo realmente me siento.
Agradezco sinceramente este artículo tan oportuno (que no oportunista).
Hace falta gente que trate este asunto desde el rigor y el conocimiento. Tú lo has hecho y te felicito por ello, y por tu valentía también.
Un abrazo y mucha suerte.
Muchas gracias, Pepito. De corazón.
Sigue siendo verdad que lo que te llevas es lo que dejas a los demás y que el fuerte es el que lo cuenta, aunque duela, aunque no veas el camino. La niebla tiende a desaparecer, sobre todo en primavera.
Un abrazo, fuerte, claro.
Otro para ti, Rafa.
Tengo el mismo diagnostico F33x. Existe alguna magia? Yo solo fui solo una simple ama de casa y el timon, guia, y apoyo de mis hijos y marido. En donde finalmente me enferme, escaparon como ratas, ya grandes, lo que hace que haya perdido aun mas mis esperanzas por mas buen psiquiatra que tenga. Conoces a alguien que haya recuperado su vida. Porque yo no he sido la tipica ama de casa apoltronada mirando la novela, estudiaba , hacia mil cosas aun en otras depresiones menos severas esas eran mis herramientas para salir adelante, y ahora no puedo creer lo que me pasa. Me extraño a mi. Quiero volver. Por lo menos al leerte veo que otros tienen el mismo diagnostico aunque vos tenes la suerte de tener una vida, seguramente con mucho esfuerzo pero no aflojes . Gracias. Y mucha suerte.
Creo que la ‘magia’ es aceptar la depresión e intentar enterderla, pero, no, no hay recetas. Gracias por asomarte y opinar. Tampoco aflojes, Patricia. Un abrazo.