Una vez perdidas las mañas para el cine —defunción que ocurrió en 1999 con The Straight Story, la última de sus películas que consentía el visionado sin dolor de cabeza simultáneo—, David Lynch ha deambulado por el mundo vendiendo café, recitando mantras en favor del mismo gurú al que John Lennon dedicó Sexy Sadie por los calentones del pseudo yogui con las hippies rubias, colocando muebles en suites de hoteles donde sólo puedes alojarte si te dedicas a la especulación, declarando su admiración por Reagan y, desde 2011, haciendo discos.
Acaban de difundir, con la fanfarria habitual para que vayan preparando la tarjeta bancaria los incondicionales, entre los que abundan los de la especie integrista soy muy fan, el nuevo single, Star Dream Girl, avance del álbum The Big Dream.
Para intentar justificar el gólem —hablar de canción es una injuria para la canciones—, el autor difunde un envarado texto lynchiano:
Después de irme de Boise, Idaho, volví en el verano del 61. Por aquel entonces, Jerry Lee Lewis iba a jugar en este gran club en el desierto de Artemisa, creo que se llamaba Miramar (…) Fuimos en motocicletas y hot rods a ese lugar remoto para ver a una estrella (…) pero Jerry nunca apareció y la gente estaba realmente cabreada. Star Dream Girl tiene el mismo tipo de carisma.
Además del tropezón imperdonable de llamar «Jerry» a Jerry Lee (espero, por su bien, que no se atreva a repetirlo ante The Killer si alguna vez se cruzan), las mañas son las mismas que empleó Lynch en Crazy Clown Time (2011). Pueden sintetizarse en tres: eco, más eco y ¿qué tal si le ponemos un poco más de eco?
Se venderá bien. Vivimos en tiempos de miseria musical y se llevan el astracán y el eco.
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