Cuarenta años después de su debut se reeditan los seis primeros álbumes de Creedence Clearwater Revival, el grupo de John Fogerty. Todas sus canciones, he ahí su mérito, pueden ser silbadas tras una sola escucha
Primero: ninguna canción vale la pena si no puede ser silbada. Segundo: el rock and roll nunca debe pedir permiso, es una cosa animal relacionada con la saliva, el instinto y las suelas de los zapatos. Ningún otro grupo ha condensado estas dos claras verdades con tanta intensidad y belleza como Creedence Clearwater Revival.
Para celebrar los 40 años del debut del grupo reeditan ahora sus seis primeros álbumes, piezas clave de la música del último tercio de los años sesenta. La discográfica Universal los distribuirá en España a partir de octubre. Vienen remasterizados –lo cual no siempre es buena cosa: en vinilo sonaban mejor–, con piezas extra (caras B, tomas en directo) y libretos con análisis de notables críticos e historiadores. Las palabras sobran: ninguna canción merece mejor futuro que ver marcado su ritmo con el pie.
Poniendo el baile
Mientras la música petulante de los grupos hippies se llevaba las portadas con los alaridos de universitario celebrando el botellón de fin de cuatrimestre de Jim Morrison, Creedence ponía el baile. Bad Moon Rising, Fortunate Son, Travellin’ Band, Down on the Corner, Who’ll Stop the Rain, Proud Mary, Lodi, Commotion, Run Through the Jungle, Born on the Bayou y otras cuantas docenas son canciones todavía irresistibles gracias a su pegada fácil, melodías intachables y arreglos de perfección aúrea.
Eran cuatro tipos sencillos de un suburbio de San Francisco, El Cerrito. Todos habían nacido en 1945 y se conocían desde críos. Al frente, un talento natural: John Fogerty, que había comprado su primera guitarra en los almacenes Sears con 88 dólares que tuvo que devolverle a mamá repartiendo periódicos antes de clase. Tenía 13 años y ya sabía que la patria del sonido no era la Costa Este de los zumos de naranja insípida y las crueles autopistas, sino los bancales cenagosos del Mississippi, en el profundo sur del blues, el gospel y la vida basada en el lamento.
Desde 1959 hicieron muchos bolos de mala muerte y cambiaron varias veces de nombre (Blue Velvets, The Golliwogs). En 1967 se fijó en ellos quien sería su primer ángel de la guarda y futuro mefistófeles, Saul Zaentz, que acababa de comprar la discográfica Fantasy y tenía buen ojo como cazatalentos. Les hizo firmar un contrato con clausulas equívocas. Fogerty, que siempre fue su propio agente, estampó la firma con los ojos cerrados.
Los éxitos tuvieron intensidad de aguacero. Entre 1968 y 1970 fueron una máquina de hits aplicando una fórmula tan esmerada como simple que combinaba elementos de rock and roll, rhythmn and blues, blues, country y gospel. La aristocracia hippie les despreciaba por banales (aunque las letras de Fogerty eran buenos ejemplos de poética social y rabiosa), pero el público les adoraba. Era difícil no desear aquella medicación: tocaban condenadamente bien, eran humildes y Fogerty cantaba como un engendro de Elvis Presley, Little Richard y Howlin’ Wolf.
Cayeron de la cima con el mismo veloz estrépito. Se separaron en 1972, peleados y cansados los unos de los otros. Poco antes habían descubierto que Zaentz había invertido las millonarias regalías de los éxitos en un banco de las Bahamas que quebró (aunque el patrón, que gozaba de información privilegiada, tuvo tiempo de escaquear y embolsarse parte de los fondos antes del hundimiento).
No se quedaron ahí sus artimañas de usurero: hizo valer una clausula del contrato que obligaba al grupo a entregar ocho discos más y, como no lo hicieron porque se habían disuelto, se apropió de todos los ingresos futuros por derechos de autor. Amasó una fortuna que le sirvió para producir unas muy liberales películas en Hollywood, entre ellas las aclamadas Alguien voló sobre el nido del cuco, Amadeus y El paciente inglés, mientras Fogerty se arruinaba y perdía la salud pleiteando. Hasta 2004 no consiguió recuperar su legado y durante casi 30 años se negó a tocar las canciones de Creedence, sabiendo que todos los derechos de interpretación y emisión iban a los bolsillos del amoral millonario.
Lápidas de bluesmen
En los años noventa Fogerty pagó de su bolsillo las lápidas funerarias de algunos de los bluesmen a los que todo debemos. Robert Johnson, Charlie Patton, Memphis Minnie, Lonnie Pitchford… estaban enterrados en fosas anónimas o, en el mejor de los casos, bajo cruces de madera castigadas por el olvido. Fogerty entendía su gesto como el pago de un crédito. En los años de gloria su voz rugosa, al borde de la afonía, se fundaba en los berreadores mojados hasta los huesos por el pantanoso Mississippi. Los oyentes de la radio creían casi mayoritariamente que era negro.
Seis discos en 29 meses
La media docena de discos que ahora vuelven a la calle fueron lanzados en un rush deslumbrante de 29 meses, menos de dos años y medio. No hay analogía en toda la historia de la música popular: ni siquiera los años dorados de los Beatles fueron tan inflamados e indiscutibles.
Creedence Clearwater Revival (julio de 1968), Bayou Country (enero de 1969), Green River (agosto de 1969), Willy and The Poor Boys (noviembre de 1969), Cosmo’s Factory (julio de 1970) y Pendulum (diciembre de 1970) muestran todo el poder de aquel cuarteto estelar: John Fogerty (voz y guitarra), su hermano Tom (guitarra rítmica, muerto de sida tras una transfusión contaminada en 1991), Stu Cook (bajo) y Doug Clifford (batería).
[Esta pieza fue publicada el 11 de septiembre de 2008 por el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF]
Lodi – Creedence Clearwater Revival
Lodi – Creedence Clearwater Revival (Green River, 1969)
La media docena de discos que ahora vuelven a la calle fueron lanzados en un rush deslumbrante de 29 meses, menos de dos años y medio. No hay analogía en toda la historia de la música popular: ni siquiera los años dorados de los Beatles fueron tan inflamados e indiscutibles. Creedence Clearwater Revival (julio de 1968), Bayou Country (enero de 1969), Green River (agosto de 1969), Willy and The Poor Boys (noviembre de 1969), Cosmo’s Factory (julio de 1970) y Pendulum (diciembre de 1970) muestran todo el poder de aquel cuarteto estelar: John Fogerty (voz y guitarra), su hermano Tom (guitarra rítmica, muerto de sida tras una transfusión contaminada en 1991), Stu Cook (bajo) y Doug Clifford (batería).
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