Callejeando por el centro, los guardias cortan el tráfico de la calle Market e impiden que los peatones crucen la calzada. Hay sonido creciente de sirenas.
Nos acercamos. Llega la comitiva: agentes de policía en desmesuradas motos Harley, un truck negro para los vip, un automóvil con los guardaespaldas y una patrulla cerrando la caravana.
Hago una foto: sólo llevo encima la Holga.
En el asiento de atrás del truck vemos a una mujer de gafas oscuras. A su lado, saludando a los peatones del lado contrario de la acera, un hombre del que no apreciamos las facciones.
H pregunta luego a una mujer rubia en la que aún perdura el gesto de arrebato:
— ¿Quién era?
— ¡Paul McCartney!
El sir tocaba dos horas después en un (muy caro) festival al aire libre. Vimos en streaming algunas de sus patochadas.
H, sin embargo, está emocionada:
— Es lo más cerca que he estado nunca de un beatle.
Creo que se equivoca: no es un beatle, es un naufragio.