La humanidad:
«La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas».
El amor:
«El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches. ¡Y yo tengo dignidad!».
La solidaridad:
«Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.»
Las citas son de Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). La novela fue publicada en 1932, pero el eco de su estampido todavía permanece en los tímpanos.
Este año se cumplen cincuenta de la muerte de Céline. Un aneurisma cerebral lo dejó seco en el humilde apartamento de París en el que vivía como un apestado. Le acompañaba su cacatúa Toto.
Sus panfletos pacifistas Bagatelles pour un massacre (1937), L’École des cadavres (1938) y Les Beaux draps (1941), fueron usados como pruebas de cargo durante el proceso judicial que le había condenado (1950) a un año de cárcel in absentia (Céline se había refugiado en Dinamarca) por antisemitismo y colaboracionismo. En Francia le otorgaron el título de «desgracia nacional» y dejaron de hablar de su obra en los cenáculos.
Durante el largo ostracismo, a Céline le visitaron los dos santones beat, William S. Burroughs y Allen Ginsberg. Ambos admiraban la temprana visión de Viaje al fin de la noche, obra moderna, de sintaxis coloquial-animal, como si el narrador, el inolvidable lerdo-nihilista Ferdinand Bardamu, ladrase contra el mundo y sus miserables expectativas. Comedia negra sobre la explotación y el abandono, abrió la puerta y dejó que en la literatura entrase el aire sucio de la calle.
En mayo de 1968, mientras las calles de París escenificaban la guerra nunca ultimada entre la miseria y la poesía, un incendio redujo a cenizas el apartamento de Céline. Manuscritos inéditos, muebles y recuerdos, desaparecieron. Tampoco ellos querían estar en este mundo loco.
La muerte:
«En ese oficio de dejarse matar, no hay que ser exigente, hay que hacer como si la vida siguiera, eso es lo más duro, esa mentira».
Amén.