Las calamidades prefieren viajar en el mismo tren.
Dos de mis cámaras de fotos —las mejores de acuerdo con los criterios de valor del PVP— se han muerto en las últimas semanas.
Primero fue la Mamiya 645 analógica de medio formato, que dejó de funcionar por un problema eléctrico, la llevé a arreglar y ha vuelto a descomponerse parece que fatalmente.
Ahora, ayer, la Canon 5D digital, que no enfoca, no mide la luz y sólo hace fotos en modo automático, es decir, en modo inútil.
El saldo bancario, suficiente para vivir y para algún capricho de menor cuantía, no me permite repararlas, ni mucho menos comprar recambios. Un amigo me dejará una cámara para poder seguir sacando rendimiento a las fotos que publico y me pagan (pocas, es cierto).
Estas son dos de las últimas fotos de la 5D: tiene cierto sentido que la cámara haya elegido para decirme adiós a un joven con todo por vivir y a un anciano con las gafas pegadas con esparadrapo negro de electricista.
[…] Dispongo del glosario adecuado para describirlo —una Bronica SQ-A de medio formato con una lente Zenzanon de 80 mm y 2.8—, pero no de las palabras que debieran explicar qué siento. Porque gritar no tiene sentido, he intentado responder en privado al remitente, un amigo con el cual las palabras siempre han sobrado que había leído mis malas noticias sobre cámaras muertas. […]