Añoro, digamos, un mes de insolvencia y arena, dedicándome a escribir y recibirte: sin canales de comunicación, ni uno solo, con el mundo exterior; sin pretensiones ni juramentos; sin nada más que nubes, viento, el trazo caligráfico de un río y, si acaso, pan con queso.
Como el hombre de la foto al que capturé, en la calle Haight, en nuestro día milagroso de asueto, añoro considerar las rejas como el apoyo para una cabriola.