Brindis

24/12/2012

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gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
por la exquisita geografía de las emociones
por los demorados que nunca alcanzan un término
por el Czernowitz de Celan, el Harar de Rimbaud, la Comala de Rulfo
por todos los puntos del mapa celeste de los hombres
por verte bailar y saber que mías son tus caderas
por el skate y el hip hop, sondas de nuevos Peter Pan
por la juvenil vejez de Bob Dylan
por las muescas del tiempo en la caja negra de una Fender negra
por la calleja de Praga que nos espera y la calleja de Lisboa que ya visitamos
por unos pies descalzos en la Malvarrosa
por la infancia de Pessoa en Sudáfrica, por su boca pronunciando en inglés el sustantivo river
por la leña de este invierno, que nos envolvió en llamas
por rastrearte cuando hablas, desenvolviendo palabras
por mis hijos lejanos, constatación de que la distancia es un embuste
por las revistas que robé de aquel quiosco
por el libro que escribiré algún día
por los mentores: Capote, Lowry, O’Connor, Shepard, McCarthy, Borges…
por las migas de pan que no merezco
por una tarde de té
por la desnuda impericia de la primera vez, el asalto y la luz
por una taberna de puerto, última morada para la esperanza
por la voz como sentido último
por la música, tiempo en sí misma

[un brindis que pese a ser viejo aún mantiene vigencia y que tuve el atrevimiento infinito de escribir intentado vanamente emular al del viejo Borges, que también debo copiar para dejar constancia del pecado]

Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
Por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
Por el firme diamante y el agua suelta,
Por el álgebra, palacio de precisos cristales,
Por las místicas monedas de Ángel Silesio,
Por Schopenhauer, que acaso descifró el universo,
Por el fulgor del fuego,
Que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
Por la caoba, el cedro y el sándalo,
Por el pan y la sal,
Por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
Por ciertas vísperas y días de 1955,
Por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
Por la mañana en Montevideo,
Por el arte de la amistad,
Por el último día de Sócrates,
Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
Por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche,
Por aquel otro sueño del infierno,
De la torre del fuego que purifica
Y de las esferas gloriosas,
Por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
Por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
Por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
Por la espada y el arpa de los sajones,
Por el mar, que es un desierto resplandeciente
Y una cifra de cosas que no sabemos
Y un epitafio de los vikings,
Por la música verbal de Inglaterra,
Por la música verbal de Alemania,
Por el oro, que relumbra en los versos,
Por el épico invierno,
Por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
Por Verlaine, inocente como los pájaros,
Por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
Por las rayas del tigre,
Por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
Por la mañana en Texas,
Por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
Y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
Por Séneca y Lucano, de Córdoba
Que antes del español escribieron Toda la literatura española,
Por el geométrico y bizarro ajedrez
Por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
Por el olor medicinal de los eucaliptos,
Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
Por el olvido, que anula o modifica el pasado,
Por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio
Por la noche, su tiniebla y su astronomía,
Por el valor y la felicidad de los otros,
Por la patria, sentida in los jazmines, o en una vieja espada,
Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
Por el hecho de que el poema es inagotable
Y se confunde con la suma de las criaturas
Y no llegará jamás al último verso
Y varía según los hombres,
Por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
Por los minutos que preceden al sueño,
Por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
Por los íntimos dones que no enumero,
Por la música, misteriosa forma del tiempo.

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