Se acabó el tiempo. Como se acaban la gracia, los dones y el regalo del baile: sin telegrama de aviso.
Desde que guardo memoria tengo recuerdos de fútbol y futbolistas: de las brumas de la niñez emerge Di Stéfano, al que vi de niño creyendo que aquella sobrehumana forma de moverse era una forma natural de comunismo y estaba al alcance de todos; más tarde, en la adolescencia, entreví la perfección del mejor Brasil de la historia, el que quemó México en 1970 con la brasa de Pelé, Jairzinho, Tostao, Gerson…; luego hay un slideshow de ángeles: Cruyff —fumador compulsivo y atleta místico—, el macarra-maravilla Maradona, el dios de ébano Mauro Silva del pasmoso Súper Dépor que asombraba al mundo al lado de mi casa…
Nunca vi a nadie hacer fútbol en equipo, conjugando el verbo colectivizar sin convertirlo en fórmula matemática, como a la selección española de 2008. Inventaron un estilo suicida que sólo tienen a mano los muy valientes o los poetas: hacer de la pelota un juguete amigo, una dominada esfera capaz de metáforas y figuras líricas que no tenían referentes.
Dos Eurocopas y un Mundial después, el juguete se ha quebrado. Así rompe la vida contra el muro de la historia: de un golpe inesperado pero inevitable.
Descreí de estos jugadores como personas, como ciudadanos que jamás tuvieron un gesto social con sus iguales, sometidos a la miseria consentida por el aparato del Estado, pero nunca dejé de lado el sobrecogimiento que me regalaron, el silencio de catedral románica que acompañaba sus movimientos.
Sobre todo, me considero un elegido por haber vivido en paralelo a Xavi Hernández, el mejor solista de rock and roll, el síncope, el trazador de líneas de Kandinsky sobre un miserable campo de un deporte al que casi todos los demás consideran escenario de un sucio trabajo de zapa.
Dicen hoy que Xavi ha perdido esa idiotez llamada por los futboleros «hambre». Xavi no ejercía el hambre porque él mismo era alimento. Puedo asegurar, a estas alturas de mi vida, que nunca más veré a un jugador tan parecido a un dios: caprichoso, infalible, ácrata, polifórmico e inasible.
Adíos Roja. Mientras los chacales mascan tus entrañas me gustaría, por una vez en la vida, tener una camiseta nacional y acercarme al abrevadero donde me refrescaste de la inmundicia diaria.