Ninguna otra forma de captura de las «complejidades» históricas y sociales de los EE UU es tan perfecta como la fotografía, «la quintaesencia de las actividades estadounidenses» y el testigo ideal, popular, barato y rápido para dejar constancia de la forma de vida del país, cuyo corto devenir como nación está intrínsecamente unido a las cámaras desde 1840. Así piensan en el Smithsonian American Art Museum, que celebra el 30º aniversario de su rica colección de fotos seleccionando las cien mejores para una exposición.
A Democracy of Images: Photographs from the Smithsonian American Art Museum (Una democracia de imágenes: Fotografías del Smithsonian American Art Museum), que se exhibe hasta el 5 de enero de 2014 en la sede de la pinacoteca en Washington, toma su título del amor por la fotografía que sentía el escritor Walt Whitman, llamado con frecuencia el poeta de la democracia.
Para el autor de Hojas de hierba (1855), el poemario que canta la belleza del hombre común y la santidad del goce sensorial de la vida, las fotos están tan enraizadas en el paisaje humano estadounidense que no existía mejor forma de ver representado al país. Tras visitar en 1846 un estudio dediacado a hacer daguerrotipos, Whitman escribió: «Hay ahí dentro más vida, más variedad, más naturaleza humana, más belleza artística… que en cualquier lugar del mundo».
Con las palabras de Whitman presentes, en el museo intentan desarrollar la tesis de que ningún otro medio expresivo cuadra tan bien con el espíritu estadounidense como las fotos. «La fotografía siempre ha sido la quintaesencia de la actividades democráticas porque está enraizada en las personas y los lugares donde transcurre la vida diaria y permitió a las gentes comunes elaborar sus propias imágenes de una forma desconocida«, dice Merry Foresta, curator invitada para la exposición.
Entre las fotos seleccionadas para A Democracy of Images hay como era de esperar —el museo atesora unos 7.000 originales— piezas de casi todos los grandes fotógrafos estadounidenses del siglo XX y obras anónimas del siglo XIX. En la muestra hay obras de casi un centenar de autores, desde Edward S. Curtis, el retratista de los indios de las praderas, hasta artistas de la intimidad contemporánea como Sally Mann. Entre uno y otro extremos figuran, entre otros, Berenice Abbott, Imogen Cunningham, Walker Evans, William Eggleston e Irving Penn.
La pasmosa colección no está montada sobre la idea de un registro de las grandes fechas de la historia, sino como una como una colección de «texturas de la vida cotidiana». Es posible encontrar una imagen icónica como la foto de Kevin Bubriski de tres mujeres ante el escenario de los ataques del 11-S, un paisaje naturalista de majestuosa pureza de Charles L. Weed o uno de los muchos desnudos domésticos que Harry Callahan hizo a su mujer. Las fotos en los EE UU, sostienen los organizadores, han logrado crear «un lenguaje común de entendimiento político y social» sin desentenderse de las «historias de inmigración, marginación y asimilación».
La exposición está dividida en cuatro áreas que corresponden a la idea de huir del tratamiento cronológico —American Characters (Personajes americanos), Spiritual Frontier (Frontera Espiritual), America Inhabited (América deshabitada) e Imagination at Work (Trabajo de imaginación)—.
Como en todas las iniciativas del Smithsonian, hay un sitio web de gran riqueza visual y temática que suple a la visita presencial. Todas las fotos de la exposición han sido digitalizadas, existe un buscador por autores, cada imagen aparece acompañada de datos técnicos e informaciones contextuales, se añaden recursos complementarios y es posible consultar una detallada línea de tiempo sobre la historia de la fotografía en los EE UU.